Málaga, primero de abril. Desde las páginas del diario Sur, Enrique Linde, presidente de la Autoridad Portuaria, avisa: “el Centro se saturará pronto”.
En estos días es cuándo se hace más visible el peligro que corre el Centro de Málaga.
Inicio de la primavera, Semana Santa, y cuatro cruceros descargando de golpe más de 8.000 bermudas andantes. No hay quien de un paso en el Centro de Málaga. Podemos pensar que es un hecho puntual. Sería un error. Más bien es una constante.
La peatonalización de Calle Larios supuso el pistoletazo de salida a una progresiva mercantilización del Centro Histórico donde, incluso, se ha dejado atrás el intento de crear en un centro comercial abierto, que reproduciría los mismos estereotipos con los que identificamos cualquier centro comercial del extrarradio, y así poder quitarles un público por entonces en aumento, para convertirse en un parque temático abierto. Una oferta sin competencia en la provincia. Un espacio ficticio, urbanoide, que simula una ciudad, pero donde se han eliminado los aspectos más desagradables.
Las consecuencias que está teniendo este proceso, de más sombras que luces, son varias:
Se ha iniciado un proceso de gentrificación. El Centro ha dejado de ser un barrio. Es un espacio sin vida repleto de figurantes de paso.Los ruidos, la falta de comercios básicos y el exceso de visitantes-usuarios, y se comportan como tales, hacen la vida imposible a los vecinos, que emigran en el momento que se les pone una oportunidad al alcance. Y al perder a su gente, pierde las señas de identidad, sus constantes vitales.
Se ha creado un escenario donde el ciudadano es espectador y decorado a la vez, pero no tiene posibilidades de participar. Un lugar donde el visitante pueda gastarse su dinero en cosas que no le sirven, pero el ciudadano no pueda comprar nada que necesite. No se ha intentando diversificar los usos comerciales. En el Centro no se compra, se consume.
Se ha focalizado en exceso la atención a un número limitado de calles, menospreciando y desperdiciando el resto de la ciudad, para limitar las acciones a un reducido espacio controlable que está siendo incapaz de absorber los resultados del efecto llamada que se ha volcado sobre él.
Pero no todo es negativo. Los esfuerzos que han hecho las distintas administraciones, siempre con vistas a mejorar la oferta turística de la capital, posibilita al ciudadano una serie de opciones que no disponía hasta la fecha. En una década, el Centro ha dejado de ser un barrio decadente para convertirse en el foco de atracción de la ciudad. Se ha impulsado la locomotora más importante de la ciudad. Pero es una maquinaria a punto de reventar.
Es el momento de tomar una serie de decisiones encaminadas a reconducir la situación para poder aprovechar la inercia creada:
La primera medida debería estar encaminada a poner freno a la emigración de los actuales vecinos, adoptando las medidas necesarias para facilitar su vida diaria.
Se hace necesario ampliar los límites del Centro, llevando los efectos económicos al resto de los barrios. Una primera fase en la que se debería integrar calles como Carretería, Victoria o el Ensanche de Heredia, para dar paso posteriormente al resto de los distritos. Mejoras urbanas, peatonalizaciones y la creación de espacios urbanos encaminados a dar una solución de continuidad a calle Larios.
Ayudas para fomentar la revitalización del sector comercial en esas zonas. Favorecer la instalación de nuevas empresas, regulando la diversificación de los usos comerciales, y creando nuevos puntos de atención.
La recuperación del patrimonio histórico. Potenciar la restauración de edificios con algún grado de protección, facilitando su adecuación a usos terciarios. El patrimonio de la ciudad no debe ser sólo un decorado. Debe permitir interactuar con el ciudadano y ser un trampolín para el empresario, poniendo el valor la diferenciación que supone la ubicación en el centro histórico de una ciudad.
Todo encaminado a reanimar sus constantes vitales antes de que fallezca. De éxito.